¿Eres de los que te colocas el antifaz, miras para otro lado y esperas a que pase? ¿O eres de los que sacas los guantes de boxeo e intentas noquearlo?
Vivimos en una sociedad donde la “falsa psicología positiva” y muchos motivadores, bajo el lema “sufrir está prohibido”, nos han obligado durante las últimas décadas a sentirnos bien. Además, este bienestar que disfrutamos nos ha hecho, sin querer, “unos blandengues”, como diría el Fari, es decir, hipersensibles.
No sólo, no lidiamos bien con el sufrimiento propio, sino que tampoco aceptamos ver sufrir a los otros. Esta manera de pasar por la vida sin sentir se la transmitimos a nuestros hijos, a los que intentamos despistar a través del juego, la risa o de cualquier otra distracción cada vez que sufren o sienten dolor, volviéndoles intolerantes al mismo, y a su vez, menos resilientes y empáticos. Flaco favor les hacemos.
La estrategia de mirar para otro lado con el dolor o el sufrimiento sólo se traduce en más estrés y menos resiliencia. Ya lo dijo Freud: las emociones inexpresadas nunca mueren, son enterradas vivas y saldrán más tarde con peores formas. No habitar el sufrimiento sólo te hará postergar la agonía.
¿Cuál sería una mejor respuesta? Aprender a conectarnos con el dolor, lo cual no significa regodearnos en él, sino reconocerlo, aceptarlo y comprenderlo, con la motivación de intentar aliviarlo. En una palabra: practicar la compasión.
La compasión es algo inherente al ser humano. Lo perdemos con el paso de los años por diversas circunstancias. En la mayoría de los casos es el miedo lo que nos hace dejar de ser compasivos; el miedo a sufrir, a no ser perfectos, a que se aprovechen de nosotros, a sentirnos inseguros. Hay que identificar esos miedos y hacerles frente para recuperar la compasión perdida.
En el ajetreo diario, en el que normalmente estamos inmersos, probablemente, ni seas consciente de cual sea tu estrategia de afrontar el sufrimiento. Te invito a que aproveches estos días de menos revoluciones, en los que estamos rodeados, en mayor o menor medida, de sufrimiento, para reflexionar sobre ello y comenzar a practicar la compasión.
Aunque sea contraituitivo, el ser humano busca el placer o huir del dolor, conectarte con el sufrimiento tiene numerosos beneficios, según la Universidad de Standford, practicar la compasión disminuye las preocupaciones de las personas, aumenta su felicidad (activando el sistema de recompensa), construye resiliencia, reduce la ansiedad y la depresión, dota de mayor significado de vida y mejora el sistema inmunológico.
Según demuestran varios estudios científicos las personas que practican la compasión se perdonan más fácilmente, son más seguras de sí mismas y tienen una mayor motivación.
Una vez que tienes claro que conectar con el sufrimiento tiene más ventajas que inconvenientes, estos son los pasos que te recomiendo seguir:
- Establece cada día la intención de ser compasivo. Tu cerebro se despista fácilmente, debes de recordárselo a través de órdenes diarias.
- Despierta a tu cuerpo y a los sentidos. Aprende a escuchar a tu cuerpo. Las sensaciones corporales, a los cuales estamos anestesiados, será tu sistema de alarma y el que te dará los primeros avisos.
- Cuando llegue: reconócelo y acéptalo, con cariño y amabilidad. Las batallas y la indiferencia sólo generan más sufrimiento. Todos respondemos mejor a una frase amable que a un grito.
- Observa sin juicios. Intenta comprender qué ha causado realmente el sufrimiento, y si es necesario perdona.
- Pregúntate qué puedes hacer para ayudarte a aliviar el dolor o sufrimiento. La pregunta de oro para ayudarte con el enigma es la siguiente: ¿Qué le diría a mi mejor amigo si atravesara esta misma situación? Aplícate el mismo consejo.
- Practica la humanidad compartida. Comprende que sufrir es parte de la vida, del ser humano. Sufrir te conecta con los demás. No te victimices, todos sufrimos.
¿Y cuándo es el mejor momento para practicar la compasión? En el momento en el que emerge el sufrimiento. Si esto es demasiado abrumador o intenso, reserva unos minutos diarios, al inicio o al final del día. Yo lo integro en la meditación de la mañana. Si no meditas, no dejes que eso sea una excusa para crecer compasivo, conéctate con el sufrimiento y sigue los pasos descritos.