Es una breve historia que nos hace reflexionar sobre el signo de las circunstancias que vivimos en la vida, y sobre cómo en determinadas ocasiones (no siempre, claro está) la lectura que podemos hacer de los acontecimientos, al ser a menudo parcial y limitada, no nos deja ver lecciones ulteriores que la vida nos muestra con el paso del tiempo.
Sigo con mis cuentos chinos.
Este es corto, delicioso, que da mucho que pensar, y que nos hace esbozar una sonrisa.
«Hace mucho tiempo, vivía en una aldea un anciano labrador, viudo y muy pobre, al igual que el resto de sus vecinos.
Un cálido día de verano, un precioso caballo, zaíno, salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba agua en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió que, al día siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda la caballada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!».
Y es cierto que, en muchas ocasiones, lo que nos parece una bendición acaba convirtiéndose en una pesadilla, mientras que en tantas otras, lo que parece un revés, quizás nos abre la puerta a una situación que, con el paso del tiempo, agradeceremos.
Quien sabe si la pérdida de un trabajo nos puede abrir otras puertas, hacia un trabajo mejor…donde uno pueda sentirse apreciado, incluso querido. Donde el clima laboral sea más propenso a cuidar de los trabajadores, no sólo por la labor que desempeñan sino por sus valores humanos, como personas, con sus defectos y virtudes.
Quien sabe si esa pérdida de trabajo te puede llevar a replantearte tu vida.
A mirarte interiormente, a conocerte mejor. A poder aprender algo nuevo todos los días, a reinvertarse.
A darte cuenta que has sacrificado tu tiempo y tu vida, Que tus hijos han crecido de repente, y que apenas has estado. O momentos con tu pareja, que llegabas tan cansado y derrotado que se perdieron en silencios, que te alejaban en la relación y que ya no volverán.
Quién sabe si con esa pérdida te das cuenta que eras un simple número, sin que tu nombre y tu compromiso importasen.
Quién sabe si ahora ves que tenías un mal jefe, que no merecías…Que vivías sólo para trabajar, como un espectro, que lo dabas todo a tu trabajo, que te quedabas sin fuerzas y sin ánimos para dar a los demás, a los que te quieren, a los que te aprecian, a los que siempre van a tener hacia ti, una palabra de ánimo, de cariño. Quien sabe si ahora les das más a los demás, con una simple sonrisa porque te has dado cuenta que los pequeños detalles también importan y ayudas más, a tu mujer ó a tus hijos o a cualquier persona, porque ahora tienes tiempo…. tiempo de haberte encontrado y darte cuenta que la vida es más corta de lo que parece. Y quien sabe si ayudar a otras personas, que antes no lo hacías, haga que te sientas mejor, que la vida es un regalo para disfrutar de cada momento aunque estés en la difícil búsqueda de un trabajo…
Un cuento sobre el que merece la pena, detenerse a reflexionar.
Del libro «Ligero de equipaje», de Carlos G. Vallés.
Espero que os haya gustado, cuando menos entretenido,
Gracias por leerme
en resumen: «lo que nos pasa es siempre lo mejor que nos puede pasar» aunque la mayoría de las veces no lo entendamos y nos cuesta aceptarlo. Y es el tiempo el que hace que nos demos cuenta de ello. Muy buen relato.
Que buen relato . Te hace pensar y te conmueve.
Emocionante, intensa , engancha de principio a fin. Lucia
Confianza en la vida. Todo lo que se nos da es perfecto, Jacobo, y cumple su propósito. Me encanta.
Muy bueno Jacobo
Me gusto mucho, asi da gusto
Bonita reflexión de la vida, me encanta