La empatía, esa gran desconocida. La resiliencia, la nueva amiga.
¿Cuántas veces hemos oído hablar de ponerse en los zapatos del otro?
Muchísimas, ¿verdad?
Y, ¿aquello de hacernos más fuertes tras un “chasco”?
Otras tantas.
Pero se trata de ponerse en los zapatos del otro y no seguir apretando.
Las rozaduras hacen que te quites los zapatos y que los tires a la basura porque no siempre tienen arreglo.
Esto es lo que ocurre en nuestros puestos de trabajo muy a menudo.
“Sí, soy empático, trabajamos en equipo, somos un equipo sólido y todos sacrificamos por la empresa porque todos sacamos beneficio, todo esto es así y yo me pongo en tu lugar”. Bien, perfecto. ¿Seguro?
Recientemente uno de mis candidatos me comentaba un gran problema en su empresa antigua en la que se habían cometido una serie de irregularidades y había decidido dejar el puesto laboral; algo muy arriesgado en estos tiempos… Pero le entendí porque no siempre todo vale, porque no siempre vale sacrificar todo por un sueldo.
Nos encontramos últimamente en una situación tan límite que muchos trabajadores se han planteado la valía frente a un salario, es decir ¿yo peleo todos los días por un puesto de trabajo o por un salario?
Para empezar no hay que pelear, simplemente trabajar.
El interés del trabajador se mantiene cuando las condiciones del entorno y todo lo que le rodea son óptimas o casi óptimas, porque sabemos que lo perfecto no existe. Pero cuando los planetas se alinean y resulta que ni el entorno, ni el trabajo, ni el salario se alinean como ellos, ocurre el desastre.
Y después vienen los reproches.
Aquel candidato estuvo en una empresa durante dos años y resulta que ese era el plazo que él mismo se había marcado para crecer profesionalmente o darle un giro a su camino. El plazo que se le había dado desde la propia empresa para mejorar. Pasado este plazo el empleado decidió abandonar su puesto, mediante preaviso correspondiente, viendo cómo otras personas entraban en esa empresa para cubrir su propio puesto, ayudando en la medida de lo posible. Y aquí es donde vienen los zapatos apretando y apretando.
Tras ese tiempo de preaviso y de inclusión de nuevos trabajadores toda la empatía desapareció.
Desde la propia empresa se daba la imagen de que era una persona negativa, tóxica y prácticamente bipolar, algo vergonzoso que compañeros o mejor dicho ex compañeros tuvieron que escuchar reunión tras reunión.
Con este prejuicio inculcado desde la dirección, algunos trabajadores que fueron compañeros adoptaron la misma idea sin pensar en lo que estaba pasando. No sé si por falta de empatía porque no lo llego a comprender o simplemente por “salvar” su puesto.
Como siempre saltarán ampollas, ya que me encanta escribir sobre casos reales y seguramente muchos os habéis encontrado con esta situación.
Esta persona está actualmente trabajando en una gran empresa porque es luchadora y no se da por vencida.
Tras varias charlas analizamos que el problema no era su idea de crecer, ya que eso no debe ser ningún problema, sino la idea propia de la empresa de crecer sin hacer crecer a sus empleados. La idea de ser el nuevo Amancio Ortega sin llegar a ser una sola cana del gran empresario.
Y es aquí donde nace el problema de la empatía tanto de los empleados como de la empresa.
Siempre hay dos caras de la misma moneda. Siempre hay dos opiniones o muchísimas más de un mismo tema.
Pero curiosamente se volvió a repetir con otro trabajador de la misma compañía.
Otro empleado, de repente, decide abandonar su puesto por alguna irregularidad y decide emprender otro camino laboral en otro puesto.
Evidentemente la empresa vuelve a lo mismo: Desde dirección se vuelve a comunicar reunión tras reunión que la persona era negativa, tóxica y de nuevo prácticamente bipolar, risas, burlas, etc. Sin importarle qué había ocurrido y que se había hablado en “Petit comité”.
De nuevo la empatía falló y todo por jugar una falsa partida.
Casos como éste nos estamos encontrando últimamente demasiado.
Afortunadamente ahora nuestro camino está centrado en áreas profesionales concretas que es más difícil que se produzcan estas anomalías, pero cuando trabajas con pequeñas empresas con ideales del siglo XIX maquillados del liberalismo del XXI nos encontramos muchísimo con estos casos.
Desde mi punto de vista denota, no solo falta de empatía, sino falta de adaptabilidad, de seguridad y de autoevaluación. Y sobre todo falta de resiliencia, ese gran concepto que últimamente se nos ha puesto tan de moda en este último período pandémico.
Porque de lo malo deberíamos sacar algo bueno y cuando uno fracasa ya sea como empleado o como jefe siempre deberíamos sacar eso: Algo bueno.
EMPATÍA Y RESILIENCIA de la manita